Nota de Jorge Abbondanza
Puede discreparse con los que encasillas a Mario
Giacoya en los terrenos del arte naif: su pintura tiene una energía expresiva y
un dominio del trazo que parecen impropios de esa clasificación. Lo que
interesa en todo caso en los paisajes de Giacoya es una suerte de encanto
juvenil, el enfrentamiento de un ojo de un deslumbrado con la explosión de una
naturaleza que lo cautiva. Su manera de aproximarse a praderas de jubilosas
ondulaciones y estallidos cromáticos, al perfil de caseríos o al tratamiento de
dilatados cielos, delata antes que nada el gozo de un observador sensitivo y
entusiasta. Pero rebela además el artistas de apreciable dinamismo de lenguaje,
cuya propuesta cabe demorarse en el tratamiento de amplias superficies donde
extrae ritmos palpitantes a la tierra, los muros o el cielo para que operen
como fuente generadora de vitalidad que parece iluminar sus obras.
No solo ella emana de la prodigalidad con que
vuelca el color y lo hace estallar en torno a los sistemas, sino que también
proviene el brío con que Giacoya mueve su mano a través de la tela para
transmitirle su impulso.
Jorge Abbondanza
Crítico de Arte
Uruguayo
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